Fuente de Cantos en la historia

Existen aún muchas lagunas en la investigación histórica sobre Fuente de Cantos, una población que ha carecido de tradición historiográfica, ya sea por la pobreza o por la tardía explotación de sus fuentes documentales (los archivos locales) y arqueológicas. No obstante, en los últimos años, historiadores locales y foráneos han publicado diversas monografías que nos permiten un acercamiento más seguro a ciertos períodos de su historia.

 Entre ellos no está precisamente el de sus orígenes. Por vez primera, hasta lo que hoy sabemos, se documenta el topónimo Fuente de Cantos con ocasión de su conquista por los ejércitos cristianos en la década de 1240. Al menos, así aparece en el Apuntamiento legal de Bernabé de Chaves escrito hacia 1740; hagamos constancia de que en nuestros archivos el primer documento que lo menciona es de 1293. Si damos crédito a Chaves (no hay razones para negárselo) ello significaría, obviamente, que la población ya existía antes de la conquista cristiana, aunque quizá con otra denominación. Lo que sí se conoce perfectamente es que su actual término municipal estaba habitado desde la prehistoria. Gracias a los excelentes resultados de las excavaciones llevadas a efecto durante los últimos veinte años en los cerros conocidos como Castillejos I y Castillejos II, situados en las cercanías de la actual villa, se ha podido reconstruir con fidelidad el tránsito desde el Neolítico al período del dominio romano, momento en el cual estos asentamientos desaparecen o son desplazados por otros, bien por efecto de la conquista, bien por la necesidad de adaptarse a las necesidades de comunicación que impone el desarrollo que comienza a adquirir la Vía de la Plata, bien por el agotamiento y búsqueda de nuevos recursos económicos, entre los cuales se hallaría la minería.

 Son numerosos los objetos datados en tiempos de la presencia romana que se han hallado en todo el área circundante, si bien todavía no se ha podido determinar la existencia de un asentamiento de cierta entidad, que bien pudiera ser el Lacunis descrito por diversas fuentes de la época (que algunos, no obstante, identifican con el poblado de Castillejos II). Lo cierto es que el espacio en el que nos hallamos fue de tránsito obligado en la ruta entre Emérita, Reina y el valle del Guadalquivir, pasando por Contributa Iulia (Medina de las Torres), lo que explica la abundancia de restos de poblados en las inmediaciones: en el arroyo del Villar, en el del Viarejo, en La Gallega, en el Matorral-Rañal, en El Risco, en El Castrejón, etc. Opina Iglesias Vicente que una villa romana fue el origen del actual Fuente de Cantos, como lo ponen de manifiesto su orientación y la disposición de sus principales viales. De todas formas, muy cerca del actual casco urbano, en Las Motas, permaneció activa una villa romana hasta bien entrado el periodo visigodo, como lo ha puesto de manifiesto la apresurada excavación de este yacimiento, ya inexistente al ser destruido por la construcción de la autovía A-66 con el beneplácito de las instituciones regionales.

 

 

 

 

 

Desconocemos la evolución del actual término municipal durante la etapa visigoda (finales del siglo V a comienzos del VIII), y sólo existen breves indicios para aproximarnos al amplio período musulmán (desde el VIII a mediados del XIII). Entre estos últimos, amén de monedas y otros objetos, destacamos la referencia que hace Muza al topónimo Alqant o Lecant en 712, que tiene ciertas resonancias con el Lacunis romano, y que bien pudiera ser el origen de la denominación actual. No fueron los siglos altomedievales demasiado propicios para el desarrollo de la población: ni la zona tenía interés estratégico para el emirato y posterior califato cordobés, ni sus recursos despertaron sus apetencias y puesta en explotación. Por si fuera poco, fue escenario en varias ocasiones (siglos VIII y IX) de diversos conflictos bélicos entre muladíes, cristianos y beréberes que en nada ayudaron a imprimirle cierto empuje demográfico. Los cronistas y geógrafos árabes dejan entrever que Lecant era poco más que un enclave situado en un yermo hasta el siglo XI, y ni siquiera atinan a incluirlo en una demarcación administrativa concreta. Desde entonces, ni eso, simplemente desaparece de los escritos.

Atando cabos, y dejándonos llevar por hipótesis más que por certezas documentadas, tendríamos en el Bajo Imperio una población cuya ubicación coincidiría con la de la actual villa, la cual sería mínimamente revitalizada por los musulmanes tras el declive que toda esta región sufre durante el dominio visigodo, y que al ser conquistada por Fernando III a mediados del siglo XIII ya habría adquirido su denominación actual de Fuente de Cantos, aunque su relevancia entonces hubo de ser escasa, casi nula. En estos momentos volvemos a encontrarnos con un enorme condicionante espacial, constante en toda su historia: su situación fronteriza. Lo fue en la Antigüedad entre los celtas y los túrdulos, en la Hispania romana entre la Lusitania y la Bética, en al-Andalus sólo un preludio del rico valle del Guadalquivir, frontera casi despoblada entre moros y cristianos tras el derrumbe de Córdoba, y desde la conquista y hasta nuestros días frontera entre Extremadura y Andalucía, y entre España y Portugal. Pero siempre, por desgracia, una frontera periférica.

La pertenencia a los dominios cristianos va pareja a una lenta consolidación y expansión de la villa, abundante en tierras pero con escasa densidad demográfica, por lo que precisó de un complicado esfuerzo repoblador ante el mayor atractivo que despertaba el sur peninsular. La Orden de Santiago asumió desde entonces el protagonismo como referencia política, eclesiástica y económica, un protagonismo que se extiende, si bien muy disminuido desde finales del siglo XVI, hasta la abolición de su jurisdicción en 1873. Nunca gozó Fuente de Cantos de una posición relevante en el entramado administrativo de la Orden, situándose a la sombra de Montemolín y Segura de León en los tiempos iniciales (en los ni se le dotó de una encomienda propia), y posteriormente a la de Llerena. Pero sí experimentó un crecimiento superior al de casi todos los pueblos que le rodeaban: la cifra que algunos autores han citado de 1.842 vecinos (familias) para 1494 nos parece francamente ilusoria, pero los censos de 1498 y 1501 no deben conducir a engaño: los 1.000 vecinos que, aproximadamente, ambos computan (algo menos de 4.000 habitantes) certifican que se trataba de uno de los mayores núcleos de la actual Extremadura. Sus recursos económicos descansaban en el cultivo de cereal y, sobre todo, en la abundancia de pastizales, buena parte de los cuales eran de aprovechamiento comunal e intercomunal. Entre estos últimos destacaban las dehesas cuya titularidad compartían las cinco villas hermanas (Calzadilla, Medina, Monesterio, Montemolín y Fuente de Cantos). Esta hermandad, que perdurará hasta bien entrado el siglo XIX, funcionó como un auténtico gobierno comarcal, abarcando incluso competencias que iban más allá de la explotación de las tierras compartidas.

Además de la dedicación agroganadera, el comercio pudiera haber sido una actividad importante durante toda la Edad Media, como lo ponen de manifiesto la concentración de mesones en ciertos viales de la villa y la presencia de una importante comunidad judía y judeo-conversa. Según datos aportados por Luis Garraín, en 1474 se contaban 25 familias (140 personas), y 41 en 1485. En 1494, dos años después del decreto de expulsión de los judíos no conversos, sólo estaban censadas 15 familias, 41 personas. El impacto que dicho decreto tuvo en una villa siempre necesitada de mano de obra especializada hubo de ser importante, tanto como lo sería en 1609 la expulsión de los moriscos, buenos artesanos y grandes conocedores de la huerta: 109 vivían en 1589, de los que aún quedaban 51 en 1610.

La Edad Moderna (siglos XVI, XVII y XVIII) significa para Fuente de Cantos una época de cambios en múltiples aspectos: políticos, jurisdiccionales, urbanísticos, artísticos, etc., si bien las estructuras demográficas, económicas y sociales no se verán demasiado alteradas. En lo político, el gobierno municipal estaba constituido por dos alcaldes ordinarios (uno noble y el otro plebeyo), que eran también los jueces de primera instancia, y un número variable de regidores (actuales concejales, y también por mitad de estados) de elección anual, aunque con el tiempo se convertirán en vitalicios y posteriormente en perpetuos (propietarios del oficio). En 1766 ingresan dos diputados del común y un personero de elección popular, y años después el Consejo de Castilla designará para la administración de la villa (que nunca fue precisamente sencilla) a un alcalde mayor. La oligarquía local, el grupo dirigente que copa los cargos municipales y eclesiásticos, estaba compuesta por un reducido número de familias, cuyos apellidos (Calleja, Caro Guerrero, del Corro, Papos, Chaves, etc.) se repiten en la documentación durante siglos, hasta que fue sustituida por la burguesía agraria de la segunda mitad del siglo XIX. En cuanto a su adscripción jurisdiccional, Fuente de Cantos siguió perteneciendo en lo eclesiástico a la Orden de Santiago (a la que aportó importantes personalidades, entre ellas su mejor cronista, el también prior D. Bernabé de Chaves, y su primer obispo, D. José Casquete de Prado), pero en lo civil fue desmembrada de ella en 1574, llegando a pertenecer a distintos señores (la propia ciudad de Sevilla, Juan Núñez de Illescas, Romano Altamirano, el conde de Cantillana) hasta que en 1679 compra su libertad y se convierte en villa de realengo (sujeta directamente al rey).

En términos demográficos, la población conoció oscilaciones destacadas durante el siglo XVI, aunque manteniendo unos niveles absolutos elevados. En 1532 se computan 657 vecinos (unos 2.500 habitantes), 900 en 1552, 800 en 1587, 900 en 1591 y 700 en 1598. La crisis finisecular, que se percibe en ese último recuento, no va a encontrar paliativos durante el Seiscientos y la primera década del Setecientos, etapa en la que la mortalidad catastrófica (epidemias que aparecen cíclicamente, la guerra contra Portugal entre 1640 y 1668, la guerra de Sucesión entre 1702 y 1714, las crisis de subsistencias) está bien presente: 591 vecinos en 1631, 500 en 1646, 435 en 1712. La recuperación será lenta: aún en 1751 (621 vecinos) no se habían superado los efectivos existentes a finales del XVI. Conocemos también la estructura urbana de la villa en torno a 1588, la cual no creemos experimentase cambios sustanciales hasta el siglo XIX; en dicho año, los vecinos se agrupaban en las siguientes calles: Llerena, Hermosa, Usagre, Sardanores, Espíritu Santo, Calzadilla, Almenas, Caño de las Barrigas, Santa Ana, Horno de la Poya, San Marcos y La Sangre, Segura, San Julián, Misericordia, Martínez, Montemolín y Crimentes. La mayoría de los nombres de las calles se relacionan con la dirección de los caminos a los que conducían o con las ermitas que existían entre su caserío. Buena parte de esos viales mantienen hoy tal denominación y, más o menos, el trazado antiguo. Entre calles angostas y largas, y pocas plazas y espacios abiertos, destacaban los edificios públicos y los establecimientos eclesiásticos. Ante todo, la iglesia parroquial, cuyo cubo o torre vieja, antes almenada, del siglo XV al menos, se imponía con rotundidad hasta que a finales del siglo XVIII halló cierto contrapeso visual con la terminación de la torre nueva. Enfrente, como ahora, el ayuntamiento, y en las calles aledañas los edificios de la encomienda, bastimentos, carnicería, mesa maestral y la cárcel. Los conventos y sus respectivas iglesias también determinaron el aspecto urbano: en el centro mismo, el convento de la Concepción de franciscanas y el de las carmelitas descalzas, y en el extrarradio el convento de San Diego, de frailes franciscanos. Los tres se erigen, aproximadamente, en el intervalo 1575-1650; hoy sólo está activo y entero el de las carmelitas. También, tres hospitales para pobres: el de la Sangre de Jesús de los Afligidos, el de los Ángeles y el de la Esperanza. Y un número de ermitas que supera la veintena (aunque no todas fueron coetáneas), y de las cuales hoy sólo contamos abiertas al culto con la de San Juan y la de la Hermosa, que alberga la que es, desde el siglo XVIII, y sustituyendo a la Virgen de la Granada, la patrona de Fuente de Cantos.

 

 

Pier María Baldi: Fuente de Cantos en 1668

Durante el siglo XVI, y según los registros oficiales, fueron 291 los fuentecanteños que emigraron a Indias. Esa cifra supone un 2,3% del total de extremeños de origen conocido que marcharon a América en el siglo XVI, lo que pone de relieve que nuestra villa superó ampliamente la media de emigración regional, puesto que su población representaba el 0,7% de la de Extremadura. Entre quienes embarcaron había un considerable número de clérigos y algunos miembros destacados de la sociedad local, pero la mayor parte pertenecía a ese grupo social cuyos anhelos no eran otros que salir de la pobreza o de la mediocridad: labradores y criados, esencialmente. Durante el siglo XVII la emigración a Indias experimenta una caída drástica: sólo 23 emigrantes, la mayoría de los cuales salió en el primer tercio del siglo. Intuimos que pocos efectos tuvo este fenómeno en el devenir de la población: ni alteró sustancialmente su evolución demográfica (exceptuando el último decenio del siglo XVI) ni las remesas que llegaron se invirtieron en actividades productivas; aparte del dinero de los fallecidos sin herederos, los demás se emplearon en la fundación de capellanías.

 

Los recursos económicos durante la Edad Moderna estuvieron muy estrechamente ligados a la tierra. Tomando datos de Tomás Pérez Marín, de las 40.425 fanegas del término municipal en 1752, pertenecían al concejo municipal un 12’3% de ellas (dehesas del Campo, Risco, Villar y Nueva). Datos de épocas anteriores asignan a la iglesia el 6’41% de las tierras y a la Orden de Santiago un 34%, estando el resto parcelado entre particulares. Sabemos, no obstante, que las tierras de la Orden se privatizaron en parte, y las de la iglesia tendieron a aumentar hasta finales del siglo XVIII. Por otra parte, se disponía del aprovechamiento de 24.000 fanegas adicionales en régimen de mancomunidad con las mencionadas villas hermanas (dehesas de Calilla y otras). Destaca sobremanera el aprovechamiento ganadero de estas superficies. Prados, pastos y, en menor medida, bosques, ocupaban el 55% del término según el catastro de Ensenada (1752), y en ellos tenían una presencia importante y continuada los ganados trashumantes de la Mesta, no siempre bien avenidos con los agricultores y ganaderos estantes, pero generadores de sustanciosas rentas para los propietarios de los pastizales. El ovino era, con gran diferencia, la especie más abundante (83% de las cabezas de ganado). La agricultura se basaba en el monocultivo de cereal, aunque con escasos rendimientos (9 fanegas de trigo por cada fanega de tierra en los mejores predios, y sólo tres en los peores), siendo los viñedos prácticamente inexistentes y el olivar y la huerta labores residuales. Dentro del mundo artesanal o preindustrial, no existía una red productiva destacada ni variada, ni mucho menos organizaciones gremiales que la controlasen; sí conviene destacar la importancia que tuvieron las manufacturas textiles (jergas, sayales y otros tejidos bastos, también fábricas de tinte) en el siglo XVIII, según informan el Interrogatorio de la Audiencia de Extremadura (1791) y las Memorias políticas y económicas de Larruga (1797); en ellas se ocupaban (si bien a régimen parcial, compatibilizando este trabajo con el campo y el hogar) casi 500 personas, la mayoría mujeres. Por último, el comercio no hubo de ser una actividad destacada; la inexistencia de una feria anual, el escaso número de individuos calificados como mercaderes en los distintos padrones analizados y la progresiva reducción del número de mesones y posadas a lo largo del tiempo, así lo confirman.Al igual que ocurría en el resto del territorio extremeño y peninsular, la sociedad fuentecanteña del Antiguo Régimen estaba sólidamente estratificada en dos grandes grupos: los privilegiados (nobleza y clero) y el común de vecinos. Los primeros, siendo flagrante minoría, controlaban los órganos decisivos de gobierno y la mayor y mejor parte de la riqueza (inmuebles rústicos y urbanos y el mercado crediticio). Minoría que, sin embargo, engrosaba números que hoy nos sorprenderían: según el censo de Floridablanca (1787), vivían en la villa 34 hidalgos, 62 eclesiásticos, 43 frailes y 45 monjas. Los no privilegiados, como se infiere del párrafo anterior, tenían que buscar su sustento principalmente en la agricultura y la ganadería. En 1752, la ganadería ocupaba a unas 150 personas, y la agricultura a cerca de 450, pero labradores (propietarios) sólo se computan 65 (163 en 1787), siendo el resto jornaleros. Retomando de nuevo el censo de 1787, completaban el panorama laboral 119 manufactureros y 96 trabajadores de lo que consideraríamos hoy sector terciario (la mayoría, criados).

 

"Bujardas": construcciones de nuestro pasado ganadero. Y "El Caño", uno de los abrevaderos situados en los accesos.

Atendiendo a la composición social, son evidentes los enormes desajustes que se perciben en las estructuras económicas a las puertas de la Edad Contemporánea. Una ganadería predominante pero que genera poco empleo, una agricultura pobre e inundada de jornaleros, pocos propietarios y una escasa diversificación en las actividades laborales. Y mientras tanto, una población en constante crecimiento: 3.500 habitantes en 1800, 4.700 en 1830, 6.500 en 1870 y 8.500 en 1900. Las reformas liberales no iban sino a acentuar los problemas sociales: la desamortización de los patrimonios comunales sustrajo el único medio de sostenimiento para cientos de familias y, junto a la venta de las propiedades eclesiásticas, promovió el ascenso económico y social de una nueva clase terrateniente. Las cifras sobre el reparto de la propiedad aportadas por Sánchez Marroyo y Macías García para comienzos del siglo XX son elocuentes: las parcelas de menos de 10 hectáreas suman en su conjunto el 15’2% del término municipal, y las de más de 100 el 60’5; en otras palabras: 52 propietarios (el 4’5% del total) disponían del 75’8% de las tierras. El resto se repartía entre 1.073 propiedades (que no propietarios). Aparte, los que no tenían nada, unas 3.000 familias. Poco tiene de extrañar, a la luz de estos datos, que Fuente de Cantos fuese una de las poblaciones social y políticamente más conflictivas de Extremadura (en ocasiones la que más) hasta 1936, y que fuese núcleo pionero en el asociacionismo obrero, el sindicalismo y la expansión de las ideas y grupos socialistas y libertarios.En el aspecto jurisdiccional, la población vio al fin reconocida su relevancia social en el siglo XIX con la asignación de un partido judicial El Juzgado de Primera Instancia e Instrucción de Fuente de Cantos fue creado por Real Decreto de 21 de abril de 1834, si bien ya funcionó -con un distrito diferente- durante el Trienio Liberal (1820-1823). Exceptuando el período 1893- 1896, en que fue suprimido, su existencia se prolongó hasta marzo de 1972, permaneciendo desde entonces un Juzgado de Distrito hasta diciembre de 1989. A modo de ejemplo, en 1886 era, por número de casos, el 7º juzgado en importancia de los 28 existentes en Extremadura. Sus jueces eran de primera instancia en lo civil y de instrucción en lo criminal. Entre 1882 y 1892 se remitieron las causas criminales al Juzgado de Llerena, y después a la Audiencia Provincial. Comprendían su jurisdicción las poblaciones de Atalaya, Bienvenida, Calera de León, Calzadilla de los Barros, Fuente de Cantos, Monesterio, Montemolín, Puebla del Maestre, Usagre y Valencia del Ventoso. Aparejado a su condición de cabecera, la localidad se irá convirtiendo con el paso de los años en la referencia comarcal, con la dotación de una cárcel, notaría, registro de la propiedad, oficina de recaudación, etc.

 

De izquierda a derecha:

Antigua Casa de la Encomienda

Casas solariegas blasonadas

No obstante, y al igual que en el resto de Extremadura, las infraestructuras apenas se desarrollaron o lo hicieron muy tardíamente. Se perdió el tren, factor importante para el desarrollo económico, y la mayoría de las carreteras que comunicaban a Fuente de Cantos con su comarca y con Sevilla estaban aún sin asfaltar bien entrado el siglo XX. La optimización de servicios como la luz eléctrica o el agua corriente no se conseguirá tampoco hasta entonces. Coyunturas propicias para el impulso de las obras públicas, como fue el periodo de la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930), no pudieron aprovecharse por completo debido al enorme endeudamiento del municipio, parte de cuyos recursos habían de ser destinados a la asistencia social.

La guerra civil, como para tantos otros municipios, supuso un auténtico paréntesis en el desarrollo de la localidad. En 1936, con unos 11.500 habitantes, la villa conocía el momento de mayor crecimiento de su historia cuando hubo de hacer frente a un conflicto bélico que, aunque corto en el tiempo (la villa fue ocupada a comienzos del mes de agosto), fue largo en sus consecuencias. Son bien conocidos entre nosotros episodios como la quema de la iglesia parroquial por exaltados de la izquierda, así como la cruenta y amplia represión que aplicaron los vencedores. Fuente de Cantos no volvió a ser el mismo tras la guerra, se podría decir que nunca se recuperó de la misma: perdió pujanza demográfica y económica, se acentuaron las diferencias sociales y las dificultades por las que atravesaba la mayor parte de la población, se cortó por lo sano su dinamismo político y asociativo y produjo un impacto en las mentalidades realmente asombroso. Sin embargo, durante la interminable posguerra, los duros años 40 y 50, la localidad, que todavía superaba los 10.000 habitantes, intentó elevar su potencialidad económica y la prestación de servicios con la instalación de multitud de pequeñas empresas dedicadas a la industria (especialmente la alimentaria) y el comercio; un minifundismo empresarial que no pudo competir, en cuanto mejoraron las comunicaciones, con las grandes empresas y las redes comerciales de las ciudades de su entorno.

 

Las dificultades sociales explican la especial incidencia que causó en Fuente de Cantos un fenómeno generalizado en la España rural que quedaba al margen del desarrollismo franquista: la emigración. La pérdida de efectivos ha sido constante durante toda la segunda mitad del siglo XX: 10.027 habitantes había en 1950, 8.941 en 1960, 5.967 en 1970, 5.472 en 1981, 5.130 en 1991, 5.057 en 2001. El destino inicial, años 50, de quienes se tuvieron que marchar fueron los países europeos que precisaban mano de obra abundante para reconstruir su industria y sus infraestructuras tras la II Guerra Mundial: Francia, Alemania y, en menor medida, Suiza. Desde los años 60 la emigración fue básicamente nacional: los sitios de acogida fueron, en esencia, Madrid y Cataluña. El impacto que ha causado tan amplio movimiento poblacional en tan corto periodo de tiempo (hablando desde una perspectiva histórica) es fácil de entender y está en la mente de todos. No obstante, con una relación entre población y recursos ajustada al fin a sus parámetros naturales, Fuente de Cantos ha logrado en los últimos lustros cierta estabilidad en el ámbito demográfico, laboral y económico, al tiempo que ha mejorado, gracias a las inversiones procedentes de las instituciones, la prestación de los servicios públicos indispensables. Las pautas que quiere marcar el desarrollo de la localidad se relacionan con la explotación de los recursos y de los capitales endógenos (sin olvidar la economía subsidiada) en beneficio de actividades productivas como las industria cárnica y agroalimentaria, la construcción y el comercio.

 

Felipe Lorenzana de la Puente

 

De izquierda a derecha:

Plaza de la Constitución

Escudo de Fuente de Cantos, II República

Plaza de Zurbarán